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La Ventanilla Siniestra (Cap 1)

 Capítulo 1: Ba Sing Se toca a la puerta


Desde hacía meses, el ingreso del Banco de Ba Sing Se (BBSS) a la Bolsa de Valores de Ciudad República era un plan meticulosamente diseñado. No era solo una expansión comercial, era una declaración de poder. Para Ciro, el propietario del banco, significaba traspasar la última frontera que separaba al Reino Tierra de la hegemonía financiera. La República Unida de Naciones, con su marco legal riguroso y sus organismos de control vigilantes, representaba el desafío más complejo en su cruzada por dominar el sistema bancario mundial.

Pero las trabas eran muchas. El Banco Central de Ciudad República, bajo la presidencia de Thai, observaba con recelo cada movimiento del BBSS. Se le acusaba de prácticas monopólicas, de expandirse de manera agresiva comprando bancos menores, y de ejercer presiones políticas en gobiernos locales del Reino Tierra para obtener ventajas contractuales. La Comisión de Mercados Financieros emitía reportes confidenciales donde se advertía del “riesgo sistemático” que la entrada del banco podría representar para la estabilidad económica de la República. Incluso dentro del Consejo Nacional, algunos miembros hablaban de sanciones preventivas.

Uno de los consejeros más vocales era Alun Nom, representante del distrito mercantil de Taku, quien insistía en que el BBSS desestabilizaría la competencia y afectaría a los pequeños comerciantes del oeste de la República. Otro, la consejera Mewa Ryu, temía que el ingreso del banco abriera la puerta a una nueva era de dependencia financiera del Reino Tierra.

A pesar de todo, Ciro no temblaba. Desde su despacho en Ba Sing Se, envió a su equipo de diplomáticos financieros a negociar discretamente con figuras clave del gobierno republicano. Organizaron cenas privadas, invitaron a seminarios internacionales sobre cooperación económica, y financiaron —a través de fundaciones culturales— eventos en los que se celebraba la “unidad financiera global”.

Una de las jugadas más astutas fue comprar una participación significativa en una empresa de energía solar en expansión, con sede en Ciudad República. Ese movimiento captó el interés de Asami Sato, quien presionó en silencio a sus contactos del Consejo para que se replantearan su postura. A esto se sumó la intervención de Any Babilonia, quien donó una suma millonaria a la Universidad Técnica de la República para el desarrollo de infraestructura académica, coincidiendo “accidentalmente” con los debates sobre el ingreso del BBSS.

Fue Raiko, presidente de la República, quien se encontró en el centro de la balanza. Hombre justo, sabía que había razones para dudar. Pero también era práctico: la propuesta del BBSS incluía la compra de bonos de deuda soberana, una línea de crédito preferencial para mejorar las redes ferroviarias del norte y una promesa de instalación de 100 nuevas oficinas bancarias en zonas rurales. Con presión de la élite empresarial, y un informe discreto de sus asesores que predecía un aumento inmediato del índice bursátil, Raiko accedió.

Thai protestó, pero su voz ya no encontraba eco. La República cedía ante una entidad cuya historia no conocía por completo.

Cuando finalmente llegó el día, la lluvia no dejó de caer. No era un aguacero, sino esa llovizna pertinaz que lo empapa todo: un murmullo líquido que se filtra entre las cornisas, igual que los rumores. En el piso más alto del Edificio Comercial de la Cuarta Avenida, frente a los vitrales del parqué bursátil, el estandarte del Banco ondeaba en verde y oro mientras se formalizaba el primer listado de acciones. Era oficial: la institución más poderosa del Reino Tierra abría sus puertas al mundo.

El señor del Banco, como lo llamaban en Ba Sing Se, no asistió a la ceremonia pública. Nunca lo hacía. En lugar de eso, observaba desde la distancia, en un despacho privado de mármol y madera tallada en el distrito diplomático. En el centro del salón, un mapa del mundo avatar colgaba bajo una lámpara de cristal: rojo para la Nación del Fuego, azul para las Tribus Agua, y verde imperial para el Reino Tierra. Pero más allá del color, el banquero veía flujos, intereses, compromisos, deudas. Veía la estructura que lo sostenía todo.

En Ba Sing Se, el Banco era más que una institución: era la muralla invisible que contenía el caos. El gobierno podía cambiar, los reyes podían caer, pero mientras el oro circulara por sus bóvedas y los pagarés llevaran su sello, el Reino Tierra seguiría funcionando. A través de préstamos a la nobleza, contratos con la Dai Li y deuda pública comprada al por mayor, el banco se había convertido en el verdadero centro de gravedad del continente. Y ahora, con su entrada a Ciudad República, aspiraba a dominar más que el Reino: quería controlar la economía del mundo avatar.

Pero en los pasillos más oscuros del banco, donde los clientes nunca entraban y donde los archivos no llevaban nombres, había otra operación. Un ala discreta, apenas mencionada en los registros contables, funcionaba bajo el nombre de "Ventanilla N°8". Su única entrada era una puerta sin placa, custodiada por dos agentes silenciosos del servicio de seguridad interna. Ahí no se hablaba de tasas de interés ni de bonos del tesoro. Se negociaban favores, se convertían lingotes en silencio, se desaparecían nombres de los libros.

La Ventanilla Siniestra, como la llamaban algunos dentro del banco, era el corazón oculto de una maquinaria perfecta. Lavaba dinero proveniente de la minería ilegal en los Altiplanos del Norte, de sobornos entregados a generales locales, de tráfico de fauna silvestre en los valles tropicales y de antigüedades espirituales sacadas del Pantano de la Niebla. Todo entraba, todo se purificaba, todo salía limpio.

Para evitar manchar su imagen, el Banco adquirió una compañía mediana en la ciudad de Omashu: la Corporación Crediticia del Trópico Sur (CCTS). Aunque no era una entidad ampliamente reconocida, cumplía con los requisitos de una fachada útil y eficiente. CCTS era, en realidad, el hogar operativo de la Ventanilla N°8, una relación que el Banco de Ba Sing Se conocía y controlaba desde las sombras.

Pero el velo se desdibujaba aún más: CCTS a su vez poseía otra corporación, esta vez una empresa anónima registrada como Kyoshi Aceites de Ballena S.A. (KABSA), con sede en la Isla de Kyoshi. Lo que alguna vez fue una comunidad guerrera y autónoma, había evolucionado en las últimas décadas hacia un paraíso fiscal discreto, libre de inquisiciones legales y controles financieros agresivos. KABSA operaba como una lavadora de segundo nivel, especializada en reingresar capitales oscuros como dividendos comerciales provenientes de exportaciones ficticias de aceite de ballena.

Las prácticas del Banco de Ba Sing Se no estaban del todo reguladas en las leyes del Reino Tierra. Técnicamente, no eran ilegales. Pero en la República Unida de Naciones, donde la regulación bancaria era mucho más estricta, debían actuar con mayor discreción. No se trataba sólo del blanqueo: el delito más evidente ante las autoridades republicanas era su intención clara de constituir un monopolio financiero a escala continental.

Afuera, en Ciudad República, las pantallas electrónicas celebraban al nuevo gigante financiero. "BBSS sube un 14% en su primera hora de cotización", decían los titulares. Los analistas hablaban de expansión, de confianza, de un nuevo orden económico. Nadie miraba la puerta sin nombre en Ba Sing Se. Nadie preguntaba por la Ventanilla N°8.

Y sin embargo, era desde allí que se dictaban las reglas del juego.




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