Capítulo 5: La máscara de la isla
Thai ajustó la bufanda de lino gris alrededor de su cuello mientras descendía del ferry que unía la Isla Kyoshi con el continente. La humedad del aire le recordaba los estuarios del pantano Huiling, pero había algo más denso en el ambiente: una sensación de vigilancia silente. Aunque su pasaporte decía que era una especialista en infraestructura rural de la Universidad del Loto Blanco, su verdadera misión era mucho más sensible: investigar los tentáculos del escándalo BARO y rastrear su conexión con la empresa fachada KABSA.
—Recuerda, Thai —le había dicho Lin Beifong antes de partir—, aquí no hay aliados. Solo posibles testigos.
Lin, reinstalada recientemente como jefa de policía de Ciudad República, había solicitado una “licencia académica” para acompañar discretamente la misión. Su presencia oficial pasaba desapercibida bajo la fachada de una auditoría técnica en puertos, una cobertura armada por el Ministerio de Transporte Internacional. Pero tanto Lin como Thai sabían que aquello era algo más: una investigación no autorizada sobre una red financiera tan profunda como el Reino mismo.
Desde hace varios años, la Isla Kyoshi había dejado de ser una joya espiritual para transformarse en un paraíso fiscal. Desde sus puertos partían embarques “legales” de mariscos y telas espirituales, pero se sospechaba que también eran el epicentro de operaciones encubiertas de capital evasivo, triangulado a través de empresas pantalla como KABSA. Thai estaba allí para confirmarlo.
La sede de la empresa era una estructura modesta a simple vista: tres pisos, fachadas verdes con detalles de roca marina, pero detrás de muros y jardines zen se extendía un complejo logístico más grande, vigilado por empleados de seguridad vestidos con discreción y cámaras que no parpadeaban. Thai tomó notas con discreción mientras entrevistaban a gerentes “de planta”, todos demasiado correctos, demasiado coordinados. Una mujer con tatuajes antiguos en los brazos les sirvió té de raíz roja, típico de la región, y les habló del “compromiso de la empresa con el desarrollo de la comunidad kyoshiana.”
—¿Y su director general? —preguntó Lin con voz neutra.
—Está en reuniones diplomáticas —respondió la anfitriona—. Pero si lo desean, pueden solicitar una cita con su oficina en la torre norte.
La noche cayó sobre la isla como una cortina de ónix. Lin la condujo a una posada antigua, donde les habían reservado habitaciones bajo seudónimos. Thai no podía dormir. Desde la ventana, observó las linternas colgantes que bordeaban la costa, y el perfil lejano del acantilado donde se decía que Avatar Kyoshi había partido el continente. Allí iría.
La madrugada siguiente, Thai caminó sola hasta el santuario del Avatar. Allí encontró a un hombre alto, de túnica holgada color verde marino, sentado en loto frente al mar. Su rostro era anguloso, sereno. Sus ojos estaban cerrados, pero su respiración era regular, como un metrónomo natural. Su calva rematada por la huella desvanecida de un tatuaje del aire.
—No deberías venir sola, investigadora —dijo sin mirarla.
—No lo estoy —respondió Thai con cautela—. Solo camino más deprisa que mi sombra.
El hombre sonrió, sin abrir los ojos.
—Zaheer —dijo ella, con tono firme.
—Me sorprende que no vinieras con una orden de arresto —respondió él, finalmente alzando la mirada—. Pero supongo que ya sabes que cumplí mi condena. Estoy limpio.
—Y sin aire control —agregó Thai.
—Y sin deuda moral —dijo él con tranquilidad—. Aunque algunos preferirían lo contrario. Hoy soy administrador de KABSA. Pero también soy un hombre que aprendió a vivir sin dogmas. En esta isla, eso basta.
Thai lo observó con atención. Sabía que Zaheer había sido uno de los enemigos más peligrosos del Avatar Korra, pero también que había pasado una década entre barrotes, y otra más en silencio, antes de ser autorizado como ciudadano con derechos limitados. Su rol actual, como gestor de operaciones en Kyoshi, era tan paradójico como simbólico.
—La Ventanilla Número 8 —dijo ella—. ¿Sabes qué es?
Zaheer asintió lentamente.
—No es una estructura. Es una mentalidad. Un reflejo del sistema. KABSA no es la única puerta. Solo es la más decorada.
—¿Por qué estás aquí? —preguntó Thai.
—Porque los que gritan desaparecen. Y los que escuchan sobreviven. Aquí, entre acantilados y balances bancarios, uno aprende que el poder verdadero no hace ruido.
Se puso de pie. Caminó hacia el borde del acantilado.
—El Reino Tierra no tiene rey. Tiene arquitectos. Y cuando uno de ellos cae, no hay justicia. Solo reemplazo.
Thai guardó silencio. El viento marino se enredaba en sus anotaciones.
—Cuídese, señor Zaheer —dijo finalmente.
Él no respondió. Solo alzó una mano, en un gesto que no era saludo ni despedida. Un movimiento lento, de equilibrio puro.
Cuando regresó a la posada, Lin la esperaba con el ceño fruncido.
—¿Qué averiguaste?
Thai le tendió el cuaderno, aún húmedo por la brisa.
En su última página, una frase escrita con tinta gruesa decía:
“La élite no conspira. Administra.”
Y con eso, supo que su viaje apenas comenzaba.
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