Capítulo 6: Herida abierta
Lin Beifong miró por la ventanilla del ferry mientras las primeras luces de Ciudad República se dibujaban sobre el horizonte. Thai, a su lado, dormitaba con el abrigo todavía húmedo por la tormenta de la noche anterior. Habían cruzado el estrecho bajo un aguacero feroz, sin más compañía que el retumbar de los truenos y el crujido constante del casco contra las olas. Ni siquiera hablaron. No había qué decir: volvían con las manos vacías.
KABSA les había dado una imagen pulcra, demasiado perfecta. Todo encajaba, y eso era lo que más inquietaba. Ninguna contradicción, ninguna desviación. Demasiada coordinación. Y Zaheer, en su rol de administrador, había sido tan enigmático como diplomático.
Lin se había pasado la madrugada despierta, repasando mentalmente cada detalle, cada frase, cada pausa. Thai, por su parte, había anotado más preguntas que respuestas.
Pero el golpe no vino de Kyoshi, sino de la ciudad que dejaban atrás.
Un mensaje encriptado llegó al comunicador personal de Lin. Su rostro se endureció. Despertó a Thai de inmediato.
—Tenemos que volver al cuartel cuanto antes.
—¿Qué ha pasado?
Lin le mostró la pantalla. Thai leyó sin parpadear:
ATENTADO EN ISLA CONMEMORATIVA AVATAR AANG. 14 MUERTOS CONFIRMADOS. MÁS DE 50 HERIDOS. EVACUACIÓN EN CURSO. PROTOCOLO ESCARLATA ACTIVADO.
Durante los minutos siguientes, la embarcación aceleró su paso. Lin ordenó vía radial un vehículo de extracción directa al puerto. Al llegar, una fila de periodistas ya aguardaba. Se habían enterado del regreso anticipado de la jefa de policía.
Lin no dio declaraciones. Thai le siguió de cerca, notando cómo el aire en la ciudad había cambiado. Los drones de seguridad patrullaban más bajo, las vallas electromagnéticas de las estaciones de tren estaban reforzadas. La capital olía a miedo.
El Consejo de Seguridad se reunió de inmediato. Tenzin ya había llegado desde el Templo Aire del Sur. Su rostro, normalmente sereno, mostraba grietas. Ikki lo acompañaba, portando documentos con anotaciones urgentes.
Korra llegó unas horas después, acompañada por un escuadrón de élite de la Guardia del Avatar. Llevaba un traje oscuro sin insignias, el rostro tenso, los pasos firmes. Ni ella ni Tenzin estaban dispuestos a tratar esto como un crimen más.
La Isla Aang, símbolo de paz y reconciliación, había sido atacada en su corazón. Las explosiones se registraron a media mañana, cuando una delegación estudiantil visitaba el pabellón sur. Tres de los muertos eran niños. Otros cinco eran monjes voluntarios del Templo Aire. La devastación era absoluta.
Los medios se desbordaron.
—¿Dónde estaba el presidente Raiko durante el ataque? —¿Cómo pudo pasar esto bajo vigilancia espiritual? —¿Se trató de una operación extranjera?
Raiko convocó una rueda de prensa de emergencia. Apareció con la corbata desalineada y el rostro cetrino. Su mensaje fue breve:
—Ciudad República no se doblegará ante el terror. Quienes intenten sembrar miedo solo fortalecerán nuestra unidad. Hemos activado todos los protocolos. No descansaremos hasta encontrar a los responsables.
Pero no permitió preguntas. La prensa se indignó. Comenzaron a buscar a otros líderes.
Tenzin fue abordado a las afueras del Consejo Espiritual. Flashazos de cámaras, gritos, preguntas cruzadas:
—¿Este ataque tiene implicaciones espirituales? —¿Su familia está en riesgo? —¿Qué le diría hoy a su padre, Avatar Aang?
—La memoria de mi padre no se desmorona con piedras —dijo, temblando—. Se sostiene en nuestros actos. Y ahora nos corresponde demostrar que ese legado aún vive.
Las imágenes se viralizaron de inmediato.
Korra fue abordada en la entrada del Parlamento, donde se esperaba que diera su respaldo al refuerzo de las medidas de seguridad. Los periodistas rodearon su caravana.
—Avatar Korra, ¿usted avaló la extradición de los tres cabecillas criminales? —¿Teme una escalada? —¿Responderá con fuerza?
Korra alzó la voz sin rodeos:
—No soy ejecutora. Soy mediadora. Pero si el equilibrio está en riesgo, actuaré. Y no tengo miedo de hacerlo.
La declaración dividió a la opinión pública. En las redes, los debates ardían. Algunos pedían que Korra tomara control directo de la seguridad interna. Otros la acusaban de pasividad.
Al caer la noche, apareció el mensaje.
Una transmisión filtrada en redes clandestinas mostraba a una figura encapuchada, con voz distorsionada, frente a una bandera negra con tres líneas cruzadas: el símbolo de la Triple Amenaza.
—Nos han quitado a nuestros líderes. A Jin, a Kara, a Mol. Pero nosotros seguimos aquí. Esto fue por ellos. Esto es solo el principio.
La grabación terminó con una imagen de la Isla Aang en llamas, superpuesta con la frase: “Nada se construye sin sangre.”
El video fue autenticado por el equipo forense digital del Ministerio de Seguridad en menos de una hora.
El impacto fue devastador.
En la Nación del Fuego, Uzumi convocó a su gabinete de crisis. En la Tribu Agua del Norte, Eska suspendió su visita a Omashu. En los Templos Aire, se decretó un día de silencio ritual. En el Reino Tierra, el Consejo Central ordenó una revisión urgente de todas sus relaciones con Ciudad República.
Los mercados cayeron. Las aerolíneas suspendieron rutas. Las embajadas enviaron alertas de seguridad. La ciudad temblaba.
Lin, desde su oficina blindada, coordinaba operativos simultáneos: interrogatorios, monitoreo de foros, barridos en los sectores industriales del anillo exterior. Thai colaboraba desde un ala contigua, triangulando nombres, movimientos, cifras.
—Esto no puede ser solo venganza —dijo Lin—. Esto es estratégico. Es teatral. Nos están diciendo que pueden quebrar símbolos. Y eso vale más que diez bombas.
Korra, al final del día, se reunió con Tenzin y el Consejo. No se habló de represalias. Se habló de resistencia. De contención. Pero también, por primera vez en años, de miedo.
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